La vida de las mujeres judías en la Edad Media peninsular era muy
similar a la de las mujeres cristianas y a la de las mujeres
musulmanas. Transcurría en el interior de las casas, dedicadas a la
vida doméstica, excluidas, de forma general, de la vida pública. Vivían
bajo un estricto régimen
patriarcal que, además, las consideraba
imperfectas e inferiores a los varones.
Hija, esposa, amante, y, especialmente, madre, la mujer conocía todo
lo relacionado con el espacio doméstico: crianza y educación de los
hijos, costumbres del embarazo y del parto, alimentación, limpieza,
celebración de las fiestas religiosas, y de bodas, nacimientos y ritos
mortuorios. Su ocupación en las cosas de casa, aunque no remunerada,
era una gran ayuda a la economía del hogar. Todas estas costumbres eran
muy rígidas y convertían a las mujeres en guardianas de las costumbres
y educadoras de los hijos e hijas en el mantenimiento de las
tradiciones.
Las mujeres de buena posición apenas salían de casa, a diferencia de las más pobres, que tenían que ganarse la vida con distintos trabajos. Algunas mujeres judías, como Urrusol, a la muerte de sus maridos, se hacían cargo de los negocios de estos. Otras realizaron fuera de la casa algunos oficios como: criadas (de otras familias judías o judeoconversas), nodrizas, artesanas (tejedoras, costureras, tintoreras).
Las mujeres judías también aparecen citadas muchas veces como
hechiceras, lo que en realidad tenía que ver con el oficio de atender y
cuidar enfermos o con mantener las tradiciones que incluían ritos
extraños para otros.