COMENTARIO

 

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GASTARBEITER (*)

Cualquier estudio sobre el desarrollo económico español en los años 60 destaca como factores determinantes los ingresos por turismo y las remesas de los emigrantes. Como en muchos otros procesos migratorios, la urbanización del país de los años 40, 50 y 60, modificaría sustancialmente la vieja estructura rural y agraria. Muchos de esos emigrantes de zonas rurales a las ciudades buscarían un nuevo proyecto de vida trasladándose a los países europeos que requerían mano de obra para su industria y para todas aquellas actividades que, como en España en la actualidad, no estaban dispuestos a hacer los nacionales.

Se calcula que unos dos millones de españoles hicieron la maleta y se trasladaron a Francia, Alemania, Bélgica, Países Bajos o Suiza. Con escasa cultura, cuando no analfabetos, con contratos de trabajo y sin ellos, una masa laboral sin precedentes cruzó la frontera para vender su fuerza de trabajo y construir un futuro digno para sí y sus familias.

Las dificultades y sacrificios que tuvieron que afrontar aquellas personas permanecía en el olvido más allá de escasas referencias en libros de texto o en manuales de economía, o de las escasas evocaciones que en determinados momentos se hacen a nuestra historia migratoria a la hora de enfrentar la actual. Como en tantos otros terrenos, la memoria no es una de las virtudes del presente. Máxime cuando al volver la vista atrás supone reencontrarnos con nuestras miserias ahora que somos europeos y ricos.

Por ello, "El tren de la memoria" tiene un enorme interés y debe agradecerse a Marta Arribas y Ana Pérez el acierto en traer a la actualidad de nuestras pantallas aquel periodo de la reciente historia. Las incursiones cinematográficas en el fenómeno son escasas y de desigual trascendencia. Vente a Alemania, Pepe (Pedro Lazaga, 1971) ofreció un tratamiento cuando menos chabacano y cargado de tópicos donde por encima de la situación de violencia personal que entraña todo proceso migratorio se hacía hincapié en el orgullo nacional para consumo de horteras y paletos. Españolas en París de Roberto Bodegas (1971), con mayor dignidad, abordó el asunto desde el reto humano que supuso para las españolas enfrentarse a un nuevo universo con escasos mimbres. De modo que el conflicto personal se planteó en toda su crudeza viéndose obligadas a elegir entre tirar para adelante, con los tiempos, o aferrarse a un conservadurismo fuera de tiempo y lugar. 

Más allá de la traducción económica de aquella aventura humana colectiva, interesa rescatar del olvido lo que de reto personal tuvo. Cómo vivieron aquello sus protagonistas, qué añoranzas les acompañaban, qué nuevos aprendizajes se vieron obligados a realizar con la escasa cultura que poseían, a qué conflictos se enfrentaron y cómo los resolvieron, qué contactos mantenían entre sí y con sus familias, cómo era su vida… Es lo personal, la experiencia, el sufrimiento y la alegría de unos seres humanos singulares lo que debe ser rescatado del olvido y lo que mayores enseñanzas puede reportarnos.    

"El tren de la memoria" cubre una importante laguna y salda una deuda. Junto a Josefina Cembrero cogemos un tren que nos conduce desde un pequeño pueblo a una ciudad industrial, Núremberg (Alemania). Tiene dieciocho años y, sin apenas formación, debe enfrentarse al miedo a lo desconocido. En cuarenta y ocho horas su universo va a transformarse radicalmente. De vuelta a Núremberg años después, nos encontramos con los compañeros y compañeras que quedaron allí para hilvanar un relato colectivo, en ocasiones desgarrador.

A través del contacto con asociaciones de emigrantes retornados y del conocimiento de Josefina, las directoras acceden a un grupo de emigrantes en Núremberg con los que realizan un trabajo de campo que ellas mismas relatan: “Fue un trabajo largo, hablamos mucho tiempo con muchos. Queríamos que hicieran un ejercicio de memoria para analizar su pasado, porque a veces se maquillan los recuerdos. Además rascábamos un poco para ver qué había detrás de los discursos superficiales y llenos de tópicos”.   

Aquella primera generación de emigrantes ocupó un puesto en un taller o una fábrica teniendo que aprenderlo todo, fueron alojados en barracones insalubres, separados por sexos incluso los matrimonios, en auténticos guetos incomunicados de la sociedad de acogida… Y trabajar, y trabajar para mandar dinero a casa. “Vida de burro”: comer para trabajar y trabajar para comer”,  como relata uno de los emigrantes que aparece en el film. Y tuvieron que aprender rápidamente, a la fuerza ahorcan, y reivindicar, y luchar, como Josefina, que junto con otras compañeras de barracón, organiza una de las primeras huelgas de los emigrantes.

La cinta se cierra con el regreso a casa y de nuevo el sufrimiento: muchos no encontraron su sitio. Aquel periodo de sacrificio, de máxima austeridad, se saldaba con el desarraigo y con la angustia de saberse extranjero en casa. Y es que el tiempo no perdona y los lazos familiares y sociales o se cultivan o dan malvas.  

La película contiene imágenes impresionantes de trenes fletados especialmente para los emigrantes. Vagones atestados, cargados de personas y de bultos, de miedos y esperanzas. Son imágenes que Marta Arribas y Ana Pérez tuvieron que buscar en los archivos de las televisiones europeas de aquellos paises que recibieron inmigrantes como PATHÉ (Francia), DEUTSCHE WHOCHENSCHAU, ZDF (Alemania), TELEPOOL, TELEVISIONE SVIZZERA (Suiza), BEELD EV GELUID (Países Bajos) pues las que poseía Radio Televisión Española o el NO-DO estaban maquilladas y desfiguradas hasta el sarcasmo. Se referían a los trabajadores como operarios y se hablaba de la buena acogida y excelente convivencia… El régimen no permitió grabar unas imágenes demoledoras que contradecían sus proclamas de prosperidad y paz

 

Comentario de Chema Castiello en Con maletas de cartón, Editorial Gakoa, 2010

(*)Eufemismo con el que se denominaba a los trabajadores extranjeros en Alemania. Literalmente obrero-huésped”.

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