María Viejo en la Plataforma Asturiana de Educación Crítica
José María Rozada (Plataforma Asturiana de Educación Crítica)
Relataré, sucintamente, dos hechos. Luego volveré sobre ellos para extraerles
el néctar de lo que fue María Viejo como miembro de la Plataforma Asturiana
de Educación Crítica. Refieren, respectivamente, la primera vez que María
tomó la palabra en una reunión de la Plataforma y la última vez que lo hizo.
Fue el 26 de noviembre de 1993, el día en que María habló por primera vez en
la Plataforma Asturiana de Educación Crítica, en esta misma sala, ya de noche,
toda vez que las reuniones no solían convocarse antes de la seis de la tarde y
ella pidió la palabra muy avanzada la sesión, concretamente en el turno catorce
de los diecinueve que se dieron aquel día. Debatíamos acerca de la necesidad
y las posibilidades de constituir un foro capaz de ocupar el espacio profesional
y sociopolítico que, según entendíamos, existía, pero estaba vacío, entre los
que, por su parte, ocupaban los partidos políticos y los sindicatos. Hablábamos
del nombre que podría expresar mejor la identidad de la organización. Todo
estaba abierto porque se trataba de una de las muchas reuniones preparatorias
que celebramos en aquellos meses, de hecho, aún tardaríamos cinco más en
convocar la Asamblea Constituyente. María pidió la palabra para decir que tal
vez la mejor manera de avanzar en la definición de lo que queríamos constituir,
era la de plantearse por qué estábamos allí y no en otro sitio; que la crítica
podría orientarse al desarrollo del concepto de democracia; que ella la veía
ligada a la escuela, a la cuestión del fracaso escolar, y desarrollada mediante
acciones políticas, sociales y organizativas o de gestión.
La última vez que María tomó la palabra en el seno de la Plataforma fue el 27
de junio de 2013, también en esta misma sala. En realidad hacía ya bastante
tiempo que la organización no tenía actividad alguna, pero un pequeño grupo
de personas habíamos comenzado a inventariar la documentación existente
acerca de la misma con el fin de no dejar que el olvido le ganara la partida a la
memoria, o que si, de todos modos, tal cosa llegara a ocurrir, al menos no lo
hiciera con la ayuda de nuestra desidia. También había cierto interés en debatir
acerca de una posible reanudación de sus actividades. Al respecto yo había
escrito una breve historia de la Plataforma en la que, a modo de repuesta a
Carlos López (y en su memoria, puesto que había fallecido), hacía un balance
más bien negativo de lo que había supuesto aquella iniciativa. María tomó la
palabra para discrepar de lo que consideró una mirada demasiado pesimista
por mi parte. Citó entonces a la Plataforma y a Fedicaria (Federación Icaria),
incluso se remontó al año 85 como fecha a partir de la cual dijo haber tomado
contacto con una serie de ideas que le habían servido mucho, afirmando que a
ella le habían cambiado muchas cosas y hasta se habían transformado sus
prácticas. Dijo haber aprendido no solo en lo profesional sino también
políticamente.
Hasta aquí los hechos. Volvamos ahora sobre ellos para, estrujándolos un
poco, extraerles algunos de los rasgos de lo que fue María como miembro de la
Plataforma Asturiana de Educación Crítica.
Vemos que en la primera reunión María intervino muy avanzada la misma, y lo
hizo para expresar una reflexión: ¿por qué estamos aquí y no en otro sitio?
Estos detalles, a primera vista poco relevantes, dan, sin embargo, perfecta
cuenta del modo de estar en las reuniones que tenía María. Ella no solía
intervenir al principio sino que dejaba pasar un buen rato antes de pedir la
palabra, y no lo hacía como parte de esa táctica, tantas veces utilizada, que
consiste en dejar hablar al adversario para luego saltar al ruedo y darle la
estocada. Todo lo contrario, María se reservaba porque no iba a las reuniones
a ganar ninguna batalla sino primeramente a escuchar, y a hacerlo de manera
activa, es decir, reflexivamente. Era muy frecuente que en su intervención
dominaran las preguntas en voz alta. Sus interrogantes tenían, además, como
tiene este de la primera intervención que aquí relato, mayor calado del que deja
ver una mirada rápida y superficial. La invitación a preguntarnos por qué
estábamos allí y no en otro sitio, conduce directamente a uno de los principales
rasgos de la identidad que en aquella reunión andábamos buscando: el de ser
una organización alejada de cualquier interés por la promoción personal o
profesional de sus miembros, así como de la lucha partidista por el poder.
Estábamos allí aquel día y lo hicimos durante varios años, trabajando
altruistamente por la enseñanza, algo que, sin duda, otros consideraban un
esfuerzo poco rentable. Nunca fue María destacada sindicalista ni afiliada
partidista, sin embargo formó parte de los miembros más activos de la
Plataforma, trabajando en su favor desde antes de su constitución hasta años
después de finalizada su actividad. Del mismo tenor fue su participación en
otros grupos donde estuvo: Ágora, Seminario Regional de Ciencias Sociales,
Fedicaria y Eleuterio Quintanilla.
En la primera de las intervenciones aparece también otro de los rasgos que
dan cuenta de la personalidad crítica de la profesora María Viejo. Se trata de su
interés por los alumnos que tienen mayores dificultades en la escuela. Fue esta
una constante en su vida profesional. Siendo, como era, una profunda y
apasionada conocedora de los saberes que enseñaba, en particular de la
Historia del Arte, nunca, ni en los peores momentos de la brutal ofensiva
tecnoburocrática, se atrincheró María tras el reconfortante prestigio del saber
académico, donde eran legión los que Raimundo Cuesta, con su excelente y
rigurosa pluma, denominó con gran acierto “guardianes de la tradición y
esclavos de la rutina”. Me consta que María Viejo es recordada como excelente
profesora por esos alumnos que pasan por el instituto con la mirada puesta en
la universidad, sin embargo, nunca equivocó su sitio dejándose llevar por esa
ensoñación de la excelencia, que a menudo no es otra cosa que el placebo que
ayuda a más de uno a sobrellevar alguna frustración patológica. De modo que
lejos de darles la espalda a los que peor aprenden, supo ver en ellos a quienes
más la necesitaban, y los colocó en la primera línea de sus desvelos,
acertando, además, a hacerlo sin caer en el error de tratar de protegerles con
el manto del paternalismo. Puedo afirmar que esto fue así porque recuerdo
perfectamente cuánto interés despertaron en ella sus primeras lecturas de
psicología cognitiva, toda vez que encontraba en ellas saberes que la
ayudaban a entender mejor cómo aprendían (o no) los alumnos. Tanto las tuvo
en cuenta, que estoy seguro de que fueron aquellos conocimientos, junto con el
descubrimiento del grupo humano de los sevillanos de Fedicaria, lo que la llevó
a poner sus ojos en IRES (Investigación y Renovación Escolar) e iniciar eso
que ellos recuerdan como su “migración golondrina”. Siempre la animé a
emprender una investigación en la que ella misma, como profesora, estuviera
presente en el destacado lugar que le corresponde al docente, en tanto que
mediador entre el conocimiento académico más elevado y la vida escolar de los
alumnos, realmente difícil para algunos de ellos. Como bien apuntan sus
amigos sevillanos al recordarla yéndose de allí con la misma sonrisa que había
llegado, mucho da que pensar el hecho de que a una profesora que amaba por
igual el saber y a sus alumnos, se le hiciera imposible hacerse doctora. Pero lo
mismo que la animaba a investigar, le dije siempre que en absoluto necesitaba
tal título, siendo como ya era la viva encarnación de aquel sueño que algunos
tuvimos durante los años del reformismo escolar: el de unos docentes capaces
de dar cuenta, con la claridad y el orden que exige el texto escrito, de los
complejos fundamentos de su profesión y de las prácticas que alcanzan a
poner en relación con ellos.
En lo que dijo María la última vez que tomó aquí mismo la palabra, hay también
otra de aquellas joyas que convertían su presencia en una delicia para quienes
tuvimos la suerte de compartir tiempos y espacios con ella. Se trata de ese, tan
suyo, mostrarse siempre agradecida. Aquella tarde, discrepando del balance,
pesimista según ella, que yo hacía de lo que había sido la Plataforma Asturiana
de Educación Crítica, dijo haber aprendido mucho. Lo cierto es que en aquel
grupo, donde se trataba de conjugar el aprendizaje individual y el compartido,
María enseñaba por lo menos tanto como aprendía. Era su actitud reflexiva y al
tiempo agradecida, lo que la llevaba a destacar únicamente lo que aprendía.
Insisto: a mi modo de ver, María alcanzó a reunir las características de aquel
tipo de docente que tanto defendimos algunos en los años ochenta y noventa,
cuando pareció posible que un número importante de profesores tomara en sus
manos la responsabilidad de estudiar e investigar sobre la enseñanza en la que
cada cual se ocupa. Si señalo con frecuencia que en aquello hemos fracasado,
es porque se cuentan con los dedos de una mano los docentes que lo
entendieron tan bien como lo hizo María y trataron de ser consecuentes con
ello. Me reitero, pues, en aquel pesimismo del que ella discrepó la última vez
que nos reunimos. Ya no está para pedir la palabra y replicarme de nuevo, pero
estoy seguro de que en absoluto le importa, porque, como antes he dicho, si de
alguna preocupación carecía María, era la de tener que salir de una reunión
habiendo ganado la batalla.
Ya para terminar estas líneas, cuya escritura estuvo liberada de la exigencia de
no sobrepasar el tiempo que los organizadores del acto asignaron a cada uno
de los intervinientes, añadiré aquí algo que allí quedó recortado por la premura
del tiempo, pero que quiero dejar por escrito para no echarme encima el pesar
de no haber mencionado al amigo que me llegó y al que llegué a través de
María Viejo y la Plataforma Asturiana de Educación Crítica.
Las reuniones de la Plataforma, muy frecuentemente, se prolongaban fuera del
acogedor espacio del Ateneo Obrero de Gijón, ya sin orden del día (y hasta de
la noche, me atrevería a decir, no sin antes advertir que exagero). Era en ese
tiempo de prórroga cuando aparecía Armando. Más de una vez y de dos,
cuando el Ateneo estaba ocupado, utilizamos como si fuera nuestra casa la
amplia biblioteca de su despacho. Pero fue mucho antes de ese y otros
favores, que tuve el honor de sentir la intensa amistad de Armando, diría yo
que desde el mismo instante de conocernos, más o menos el tiempo que lleva
compartir un mismo vaso de sidra. Y siguiendo este último hilo de las
amistades personales, podría extenderme al resto de su familia y de la mía,
pero eso nos iría alejando de lo que fue María en la Plataforma Asturiana de
Educación Crítica, asunto para el que he tomado aquí la palabra. Aunque haré
una excepción con Lucía Menéndez Viejo, por aquello de que también es
profesora y sé que prepara sus clases entre los libros y trabajos que fueron de
su madre. Aunque en esto de la enseñanza cada cual ha de hacer su propio
camino, he de decir que he tenido la satisfacción y el privilegio de comprobar
que Lucía reúne todas las condiciones para hacerse cargo del legado de
inteligencia, sensibilidad, conciencia y compromiso con la enseñanza que nos
dejó María.