Presentación del homenaje a María Viejo
Juan Nicieza (Grupo Eleuterio Quintanilla)
Cuando esta mañana me senté ante el papel para organizar un poco la presentación y, de
paso, asegurarme de que los nervios y la emoción no me iban a jugar una mala pasada
me acordé de una reflexión del poeta Luis García Montero. Decía algo así como que “vivir
es acostumbrarse a perder casi todo lo que más se quiere”. Y me puse a hacer un
inventario de urgencia de los vacíos a los que, tras una amistad de más de cuarenta años,
tendría que acostumbrarme en adelante: alguien con quien comentar lecturas, películas,
exposiciones, comidas, experiencias didácticas, viajes, situación política, asuntos
familiares (últimamente, sus nietos y mi madre eran los más frecuentes), novedades sobre
los muchos amigos y amigas que compartíamos. Y todo ello con esa sabia mezcla de
optimismo, ternura, sencillez y elegancia que María ponía en su relación con sus amigos.
La verdad es que era fácil ser amigo de María; quizá por eso somos tantos los que nos
consideramos sus amigos y lloramos su ausencia. Ahora me doy cuenta de que también
para esto ella fue (como decía de sí mismo Gregorio Marañón) una trapera del tiempo.
Hagamos un recuento: madre omnipresente en la vida de sus tres hijos, profesora
innovadora y entregada a sus alumnos y a sus compañeros hasta el día de su jubilación
(al tiempo que consciente de que su responsabilidad desbordaba el aula; de ahí su
compromiso con IRES, Fedicaria, la Plataforma Asturiana de Educación Crítica y el Grupo
Eleuterio Quintanilla), persona intensamente interesada en las artes plásticas pasadas y
presentes, cinéfila impenitente, lectora incansable, melómana de amplio registro (desde el
Sting que ahora escucharemos hasta María Callas) y muy amiga de sus muchos amigos y
amigas.
Para todo esto tenía tiempo. Y lo que a mí me parecía milagroso es que nunca se la veía
agobiada.
Esta es la María que yo conocí y que permanecerá en mi recuerdo mientras viva.
Me siento plenamente identificado con lo que nos va a leer Rosa Calvo y, aunque no
conozco su contenido, a buen seguro que también con lo que ha escrito J. M.ª Rozada.
Por eso cierro ya esta pequeña reflexión personal y me pongo en el papel de presentador
del acto.
Con María son cuatro las personas del grupo que en nuestros 21 años de andadura
hemos perdido. Con anterioridad nos dejaron Rosalía, Cienfuegos y Testa.
Y, como en esos casos anteriores, vamos a completar el acto de homenaje con la
presentación de un trabajo recién acabado (“Sefarad. Identidad, convivencia y conflicto”) y
finalizaremos con un pincheo en el bar. Ello nos permitirá unos momentos de charla y
convivencia.
Hemos centrado el contenido del homenaje en la dimensión profesional de María, pero
quienes hemos tenido la suerte de compartir con ella espacios y tiempos de trabajo
sabemos que el trato profesional y de reflexión sobre la práctica educativa llevaba a
estrechar la relación personal. Por ello no exagero si digo que estas cinco personas que
nos acompañan en la mesa son, además de lo que de cada uno diré cuando vayan a
intervenir, amigos y amigas suyas.