María, in memoriam
Julio Flórez (profesor jubilado del IES Calderón de la Barca, Gijón)
Hay un pequeño bar en Lisboa, en el Cais do Sodré, el British Bar, que tiene
algo especial. Es un reloj que preside la barra colgado en la pared, y cuyas
agujas corren al revés.
Hace solo unos días miraba esas agujas moverse hacia atrás y pensaba en el
acto que nos convoca esta tarde, en el homenaje a María, en cómo echar
ahora la vista atrás y recuperarla desde la perspectiva de quiénes compartimos
con ella tantos años en el Calderón. Fue allí, mientras tomaba una cerveza
mirando ese reloj, cuando pensé que quizá una buena forma de acercarnos a
ella y a su presencia en el instituto podría ser intentando evocar algo semejante
a lo que ella y otros muchos hicimos durante ese tiempo en las clases. María,
presentando sus mapas, sus imágenes y hablando de ello con sus alumnos; en
mi caso, haciendo algo parecido con textos diversos.
Por eso traigo aquí algunos, aunque esta vez no hay temario, ni ejercicios, ni
evaluaciones después; sólo quieren ser una vía para aproximarnos a su
memoria.
El primero de ellos es de Eduardo Galeano, que acaba de irse también. El texto
dice así:
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto
cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida
humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de
todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y
gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos
bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que
no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
Sabemos que la buena literatura es aquella que, por encima de todo, lleva
consigo la verdad. Y es cierto, tiene razón Galeano. Hay personas que
iluminan, que dan luz, que aclaran o esclarecen, que estimulan y empujan, que
facilitan el avance, que ayudan. Así era María.
El segundo texto es un poema de Szymborska, la poeta polaca que casi todos
conocimos cuando recibió el Nobel de Literatura en 1996. Recuerdo cómo
hablábamos de ella, de algunos de sus poemas, descubriéndola, mientras
tomábamos café en algunos recreos.
Voy a leer unos versos de su poema Posibilidades:
Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.(...)
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.(...)
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico. (...)
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
(...)
Debo decir que he elegido este poema por una razón muy sencilla. Cada vez
que lo leo me recuerda a María. Y no sabría exactamente decir por qué, pero
es así. Pero además el poema plantea la necesidad de elegir, lo inevitable de
optar, de tener un criterio. Y de aplicarlo en las ocasiones importantes, claro,
pero también en los pequeños actos de cada día. María lo hacía y en muchas
ocasiones su criterio, su elección, nos servía de ejemplo.
El texto siguiente es un poema de José Ángel Valente. Se titula No inútilmente.
Dice así:
Contemplo yo a mi vez la diferencia
entre el hombre y su sueño de más vida,
la solidez gremial de la injusticia,
la candidez azul de las palabras.
No hemos llegado lejos, pues con razón me dices
que no son suficientes las palabras
para hacernos más libres.
Te respondo
que todavía no sabemos
hasta cuándo o hasta dónde
puede llegar una palabra,
quién la recogerá ni de qué boca
con suficiente fe
para darle su forma verdadera.
Haber llevado el fuego un solo instante
razón nos da de la esperanza.
Pues más allá de nuestro sueño
las palabras, que no nos pertenecen,
se asocian como nubes
que un día el viento precipita
sobre la tierra,
para cambiar, no inútilmente, el mundo.
Valente habla del valor de las palabras y ahora, al recordar a María, cualquiera
de nosotros posiblemente seamos incapaces de calcular cuántos ratos,
cuántas horas pasamos con ella charlando, hablando de mil cosas,
escuchándonos con atención, indignándonos a veces, riéndonos muchas más,
aprendiendo mientras conversábamos, como le oí decir a ella en tantas
ocasiones. De eso habla el poema, de la validez de las palabras. De la
confianza en ellas, de que aunque parezca que son débiles y volátiles, pueden
y pesan y a veces duran y el viento no puede con ellas. Habla de lo que
aportan de esperanza. Y en todo eso está María. Y por eso el poema también
habla de ella.
El último texto es de Italo Calvino, pertenece a su libro Las ciudades invisibles
y recoge la intervención final de Marco Polo ante Kublai Kan. Dice así:
El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya
aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos.
Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el
infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es
peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer
quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle
espacio.
En todos estos años con María, en medio a veces de los inevitables infiernos
cotidianos o laborales o sociales, de los purgatorios burocráticos o normativos y
otras perversiones semejantes, ante situaciones difíciles y, en ocasiones, muy
difíciles, ella supo ser clarividente y reconocer y rescatar lo que no era infierno;
del mismo modo que luchó para no aceptar ni asumir las diversas caras con
que a menudo se enmascaran los infiernos cotidianos con el fin de que nos
integremos en ellos. Supo discernir, iluminar las sombras, encontrar la
necesaria calma en medio de la tempestad. Por eso también lo que escribe
Calvino nos acerca a ella.
De los cuatro textos se desprenden y nos quedan palabras como luz, estímulo,
colaboración, empuje, criterio, principios, sentido, esperanza, conversación,
confianza, aprendizaje, lucidez, clarividencia.
Todas ellas remiten a María, todas ellas la configuran.
Pero no solo esas palabras. También las quizá menos solemnes pero no
menos veraces provenientes de todos quienes convivieron con ella, las
sucesivas generaciones que tuvieron la fortuna de ser sus alumnos, los
profesores y profesoras, los demás trabajadores del Centro.
Me pregunto ¿qué palabras escogerían ellos para caracterizarla? ¿cuáles le
asignarían para describirla o para, por así decirlo, materializar o sintetizar a
través de ellas su forma de ser? Y los que aquí estamos y la conocimos y
tratamos ¿cuáles elegiríamos ahora?
No lo sé, no puedo saber cuáles serían las que cada uno pudiera pensar, pero
no creo equivocarme si digo que en esa recolección de palabrashuella
aparecerían algunas como alegría, entereza, amistad, pasión, esfuerzo,
dignidad, optimismo, tesón, delicadeza, generosidad,...
Decía Italo Calvino que la mejor manera de evitar el infierno, de combatir la
pérdida, era "saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno,
y hacerlo durar, y darle espacio."
"Hacerlo durar y darle espacio"... Me gustaría pensar que todos esos términos
que dibujan a María y nos la acercan pudieran ser como tablas o vigas o
argamasa que levanten y sostengan un espacio hecho de palabras, un lugar
para rebelarnos contra la ausencia y el olvido, una estancia acogedora que
albergue y mantenga viva en nosotros su memoria.