De lo trágico y de lo crítico. Palabras para María Viejo
Raimundo Cuesta (Fedicaria - Salamanca)
Déjame que te hable también con tu silencio
Claro como una lámpara, simple como un anillo
(Pablo Neruda)
Conocí a María en uno de mis primeros viajes a Gijón en calidad de profesor de
un curso de cuyo nombre no puedo acordarme. Sí, en cambio, recuerdo
vivamente cómo, en el turno de intervenciones de los asistentes, desde una
luminosa mirada azul como la mar, se elevó una voz afable y suave pero
enérgica para agradecer mi labor como perpetrador de materiales didácticos
del grupo Cronos. Desde entonces fueron abundantes, aunque no suficientes,
los momentos de balsámica conversación entre colegas (entre ellos el muy
querido amigo Carlos López, hoy también ausentepresente),
por lo regular tras
algún evento de la Plataforma AsturianaEleuterio
Quintanilla o con motivo de
algún encuentro de Fedicaria. Tengo fijada en la mente la sesión del simposio
fedicariano de Sevilla en el año 2008. Allí recité estos versos que escribí para
Isabel, una común amiga.
La bajamar de la muerte
Arrastró a nuestra amiga
A los mares sin fondo
De sus dulces sueños
Una pleamar de emociones
Inunda y bate
Las desoladas playas
De la memoria
Fue esa pleamar de emociones la que me conmovió de una manera que causó
grata sorpresa a María. Tras el acto, se acercó a mí y me dijo: “Raimundo,
acabo de descubrir en ti la cara oculta de una sensibilidad inesperada”. Hasta
entonces le parecía incompatible, como me dijo en una noche gijonesa de
copas, que mi fácil vida masculina tuviera algo que ver con lo trágico. Sin
embargo, María, tengo que aprovechar esta ocasión para manifestarte
públicamente que el pensamiento crítico, que durante años compartimos,
difícilmente puede eludir lo trágico. Hace un par de días, con motivo de la
muerte de Günter Grass, se publicaba en la prensa una entrevista suya donde
declaraba que “el dolor es la principal causa que me hace trabajar y crear”1. El
colosal escritor alemán, heredero de la mejor tradición literaria germana,
ilustraba con el mito de Sísifo su tarea intelectual a la búsqueda de una meta
que, sin embargo, sabía inalcanzable. En verdad, Sísifo, Tántalo o Prometeo,
símbolos de rebelión contra los dioses, representan también encarnaciones del
trágico destino de quienes atentan contra los intocables inmortales (y contra los
valores inmutables del orden social).
Si pensar es incómodo como andar bajo la lluvia (Pessoa), pensar críticamente,
además de incomodidad, comporta una paradoja trágica, porque su ejercicio
reabre continuamente una espiral dialéctica interminable entre las ansias de
liberación del sujeto y las constricciones del mundo simbólico de las que cada
uno de nosotros somos míseras criaturas. Ciertamente, las formas culturales
del capitalismo tardío, niegan al sujeto y a la vez nacen del sujeto, cosifican al
ser humano al tiempo que son producto de la acción humana. Como bien
sabes, esa antítesis entre la escuela y la vida la sufrimos como una gravosa
carga en el curso de nuestra profesión docente. En realidad, como adelantara
Freud, “La civilización ha sido conquistada por obra de la renuncia a la
satisfacción de los instintos y exige de todo nuevo individuo la repetición de tal
renuncia”2. En una palabra, “la historia es la introyección del sacrificio…”3. Y, al
final, todo el pensamiento crítico, se interroga, como hiciera H. Marcuse, en
Eros y civilización, si valió la pena el proceso de civilización y si el precio que
pagamos fue y sigue siendo demasiado alto.
Así pues, el pensamiento crítico viene determinado trágicamente por su
esencial negación de la realidad existente, lo que provoca la desestabilización y
trasmutación del sujeto pensante en un sujeto deseante permanentemente
insatisfecho. En esa insaciable insatisfacción reside el motor de la utopía, que
implica una educación histórica del deseo. Como bien sabía nuestra amiga, el
arte es uno de los puertos refugio contra la tragedia de la vida en la medida en
que el universo estético facilita, al mismo tiempo, romper las barreras que nos
someten, abrir la espita del deseo y poner en solfa los valores dominantes.
Como asevera E. Bloch, “toda obra de arte…ha poseído y posee siempre una
ventana utópica ante la que se extiende un paisaje por constituir”4. Son, pues,
las grandes manifestaciones artísticas anticipaciones y sueños diurnos de un
mundo esperado pero inexistente, de un horizonte presentido a través de una
incierta y borrosa neblina de expectativas y esperanzas individuales y
colectivas.
Si bien se mira, podría decirse que el hilo rojo de las expresiones artísticas
contiene una especie de rebelión y venganza prometeica contra lo dado, que
bien pudiera evocar la mítica insubordinación del célebre titán contra Zeus. Sin
duda, el mito de Prometeo, en lo que tiene de incesante tortura y terrible
búsqueda del fuego de la liberación, contiene una espléndida metáfora de lo
que significa el pensamiento críticotrágico.
De eso, María, nunca tuvimos
ocasión de hablar, pero seguro que habrías compartido el valor redentor del
arte como remedio contra las penurias del orden realmente existente.
También la escritura actúa como un fármaco contra el olvido. De ahí que las
palabras que ahora dejo escritas, las comparto contigo y tus amigos a fin de
combatir el inexorable paso del tiempo. El olvido y la memoria, en cualquier
caso, son como el pálpito de nuestro ritmo cardíaco. Hasta cierto punto lo
escrito sobre cualquier soporte material se emancipa de su autor adquiriendo
vida propia, aunque, si verba volant, la escritura, en cambio, fija y deja
constancia notarial de aquello que un día pensamos y expresamos. Por eso yo
me acojo a sus artes para dejar de ti público recuerdo. La escritura que hoy te
ofrezco quiere materializar un pequeño y humilde homenaje. Por todo ello,
dedico el sucinto texto de esta reflexión personal, María, a tu memoria. Déjame
también que lo haga en nombre del afecto con el que te recuerdan tus amigos
de Fedicaria.