María Viejo. Bondad, belleza y verdad
Rosa Calvo Cuesta (Grupo Eleuterio Quintanilla)
Abril florecía (también) frente a mi ventana…
Se nos fue María / y la primavera se quedó truncada…
De nuevo abril… ¿cómo hemos transitado los compañeros y compañeras del grupo este
año sin María? Pues, cada cual a nuestra manera, intentando que los sentimientos de
pérdida, desamparo, rabia o fatalidad fueran sedimentando. Aceptando que los dioses
son caprichosos cuando eligen a quién se llevan consigo. Así lo muestra la experiencia, la
historia, el arte, los mitos de cualquier tiempo y lugar. María sabía mucho de eso, pero no
podíamos imaginar que también se habían prendado de ella… Recordando su imagen y
su legado, que, al igual que los tres compañeros que fallecieron anteriormente, nos
impulsan a seguir adelante.
Rememorar a María nos reconforta enormemente, porque su figura es ejemplar en todos
los aspectos e ilumina momentos muy gratos y enriquecedores a su lado. Pero al tratar de
verbalizar los sentimientos o describirla con la grandeza que merece, todos los adjetivos
se quedan cortos o nos parecen manidos. Y en este acto, entre tantas personas
compañeras y amigas, seguramente suenen repetidos.
María entró en el grupo en 200506,
cuando nos embarcamos en el trabajo “Pensad que
esto ha sucedidoLecciones
del Holocausto”. Fue una incorporación excepcional. Su sola
presencia ya era un gozo; sus aportaciones, todo un lujo. Especialista en Historia del Arte,
pero siempre buscando nuevos horizontes, tenía ya acumulada una amplia trayectoria en
proyectos de innovación educativa con grupos y movimientos pioneros (Ágora, IRES,
Fedicaria, Plataforma Asturiana de Educación Crítica...)
El trabajo “Pensad que esto ha sucedido” nos fue llevando por caminos insospechados,
vislumbramos la cara de la barbarie y nos marcó individualmente y como grupo. María
nos acompañó en ese viaje intelectual y emocional, nos ayudó a digerirlo y a contarlo con
una energía y serenidad inigualables. Fueron meses de intensas vivencias, el curso en
Jerusalén, las visitas a Belén y Ramala, las presentaciones en Madrid y Sevilla…
Luego vinieron “Ninguna tierra es la nuestra”, “Entre palabras y voces”, y María seguía ahí
con la misma entrega y pasión, creciendo a nuestros ojos y en nuestra estima.
Mientras tanto habíamos ido conociendo también a su Armando querido, (que esperaba
en la plaza del Parchís el final de nuestras interminables reuniones y se sumaba al grupo
para tomar algo juntos… y a veces llegábamos hasta el “Ven y Ven” a seguir con nuestros
temas…). Nos hablaba orgullosa de sus hijos (Armando, Lucía y Juan) y totalmente
encandilada de sus nietos. Nos preguntábamos cómo era capaz de conciliar la gestión de
su extensa familia con su desarrollo profesional tan activo y variado. Un misterio saber
cómo lo hacía, ya que nunca parecía agobiada; más bien al contrario, transmitía calma,
optimismo y concordia allí donde estuviera.
María: mujer, educadora, madre, compañera, amiga … ¿cuál era la clave de su
grandeza? Hemos recurrido a la cita que ella misma seleccionó, como una declaración de
principios, para la presentación de su último proyecto de innovación (“Investigamos y
descubrimos los valores del patrimonio”. 2002)
“Verdad es belleza, belleza es verdad. /Nada más hay que saber en esta tierra y nada
más sabrás”.
(Oda a una urna griega. John Keats)
Verdad, belleza… Y bondad, añadía
ella, completando la trilogía de Kant (la razón pura,
el juicio y la razón práctica). Ahí creemos que está la clave, puesto que María encarnaba
estos valores de una manera difícil de superar.
Bondad espontánea y desinteresada en todos los ámbitos. Quien tuvo el privilegio de
tratarla, ya fuera en un breve encuentro o durante una relación de largo alcance, pudo
apreciar y disfrutar su gran corazón y generosidad. Cercana, afectuosa, comprensiva,
responsable…. Compartía lo que tenía y sabía con todo el mundo, de forma sencilla,
humilde, tierna y discreta, sin esperar ni aspirar a ningún tipo de recompensa, poder o
vanagloria.
Belleza en el amplio sentido del término, que emanaba del interior y se reflejaba en cada
rasgo y cada gesto. En su mirada transparente, color aguamarina, que te envolvía a la
vez que sus brazos en un apretón maternal. En su voz cálida y seductora, que jugaba
sabiamente con el registro y la cadencia adecuados a cada situación. En su simpatía,
alegría contagiosa y gracia inigualable cuando la ocasión se terciaba. En su creatividad,
en los mil y un recursos de su maleta didáctica o lo que simbólicamente llamaba la
mochila de profe: imágenes, textos, historias, anécdotas, etc, que siempre tenía a punto
como una maga genial. En su elegancia natural y saber estar en todo momento y
circunstancia.
Verdad como principio vital y ético, en el decir y en el hacer, en lo cotidiano y en lo
extraordinario, en lo privado y lo público, en las duras y en las maduras. En su escucha
atenta y el consejo oportuno. En su compromiso con la educación y con cada uno de sus
alumnos y alumnas. En su apuesta por una sociedad democrática e intercultural y un
mundo más justo y habitable. Verdad en su cara a cara con la enfermedad y la muerte.
En esta semblanza de María, y tratando de procesar su ausencia irreparable, ¿cómo
olvidar el que resultó ser el último encuentro que tuvimos con ella? “
Os veo todo el día
corriendo. ¿Dónde vais tan apurados? Parad un poco…” – nos dijo con el encanto
personal de siempre, pero con un algo que nos supo a despedida.
Eso estamos haciendo, querida amiga y compañera. De vez en cuando paramos un poco,
como hoy, para repasar la lección de tu vida. Y volvemos a sentir tu voz y tu risa frescas
como un bálsamo. Y entonces comprendemos que nos estás invitando a seguir adelante,
siempre adelante, aunque sea a paso lento.
Gracias, María, por todo lo que nos has cuidado y enseñado.
Aquí estamos, mientras podamos, velando con todo nuestro cariño tu recuerdo.
Rosa Calvo. Abril 2015.
“Ninguna tierra es la nuestra” es el título de uno de nuestros trabajos, cargado de
contenido e intención. Recoge la voz de personas que aquí y allá han sufrido el exilio, el
desarraigo, la pérdida, y que han recurrido a la poesía como alivio y catarsis. Y hemos
tomado para esta ocasión un poema de Concha Méndez especialmente sugerente.
Ancho es el mar.
Ancho es el mar; él ha de separarnos;
quedarán nuestras almas enlazadas.
Como un último retrato en nuestros ojos
impresas lucirán nuestras miradas.
El barco en que he de ir está en el puerto;
a éste seguirá otro en que tú vayas.
Te esperarán mis brazos, no sé en dónde…
tal vez en algún puerto…en una playa…