COMENTARIO

 

COMENTARIO

Millones de personas se han visto abocadas a hacer las maletas para conseguir una calidad de vida con la dignidad suficiente para ser considerada vida. Sólo en la España de los 60 y 70 cerca de dos millones de personas buscaron acomodo en una Europa central que precisaba mano de obra barata para su reconstrucción y desarrollo tras la segunda gran guerra.

La emigración española era la consecuencia lógica de tres factores: la ciudad y la industria eran incapaces de absorber las masas que abandonaban un campo pobre y sin apoyo institucional y económico; las condiciones laborales y salariales eran misérrimas; y las oportunidades de “afuera” eran lo bastante atractivas para dar el salto. Un salto dificilísimo para quienes no habían vivido más que posguerra y dictadura, carecían de preparación académica y profesional y no habían salido nunca de su país.

Fue la española una emigración más o menos regulada en los últimos años gracias a los convenios y contratos prefirmados con las empresas e instituciones de los países de acogida, amén de una oportunidad impagable para que ciudadanos españoles experimentaran aires de libertad y de democracia ya instalados en casi toda la Europa occidental, aires con los que la oposición interna al régimen militar creyó poder oxigenar la sofocante atmósfera de un Estado gobernado arbitrariamente que no se relajó ni en sus últimos estertores.

También supuso un considerable ingreso de fondos que permitieron en gran medida poner los cimientos de una industria y una economía que hasta entonces podía ser considerada de posguerra y supervivencia, muy atrasada estructuralmente respecto a la exterior y que, aún hoy, cuarenta años después, sigue lastrando la competitividad de sus empresas ante Europa y el mundo.

El viaje de nuestros protagonistas es la aventura económica, social, psicológica e ideológica de unos ciudadanos que, empujados por la miseria y la falta de oportunidades de promoción en todos los ámbitos, tuvieron que aprender a vivir y a pensar simultáneamente en dos idiomas, en dos culturas. Sus corazones divididos muestran sin rubor que cada vez se es menos de un “aquí” cuando la necesidad obliga a mirar e ir “allí”.

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