En el Medievo hubo largos periodos en que el estrecho contacto entre los diversos pueblos de la Península condujo a una tolerancia mutua entre las tres principales comunidades: cristianos, musulmanes y judíos. Dentro de los territorios de cada comunidad vivían grupos religiosos minoritarios: bajo dominación musulmana había cristianos (los mozárabes), bajo el dominio cristiano musulmanes (los mudéjares), y en ambos espacios la minoría judía.
Las diferentes comunidades vivían unas al lado de las otras
compartiendo numerosos aspectos en la lengua, la cultura, la comida, el
vestido... que diluía los prejuicios.
A menudo se acordaban alianzas militares sin tener para nada en cuenta
la religión.
La Península se distinguía del resto del continente por la coexistencia religiosa y por la pluralidad de credos de sus gentes. Fernando III, rey de Castilla de 1230 a 1252, se llamaba a sí mismo “rey de las tres religiones”, pretensión singular en una época de creciente intolerancia en Europa. Su hijo, Alfonso X, que reinó hasta 1284, fundó la Escuela de Traductores de Toledo con sabios cristianos, musulmanes y judíos.
Los historiadores no son partidarios, no obstante, de utilizar el
término de convivencia
entre las tres religiones. No existían fuertes lazos entre unos y otros
grupos, ni una igualdad de derechos. Había una simple coexistencia en
que ni se perseguía ni se expulsaba a los grupos minoritarios al
considerar su presencia algo útil. Esta coexistencia y tolerancia llega
a su fin con la política iniciada por los Reyes Católicos.